martes, 29 de marzo de 2011

Los detalles que extrañaríamos si los libros desaparecieran...(Texto enviado por Carla de los Reyes)















Publicado el Sábado 26 marzo 2011 por la bibliotecaria al día
El Mercurio. Santiago, Chile. 26/03/2011

Imaginémonos que los lectores digitales se masifican, y que el libro en papel entra en desuso hasta convertirse en objeto de culto o coleccionismo. ¿Qué pequeños hábitos desaparecerían junto con él?
Constanza Rojas V.

Curiosear qué está leyendo tu vecino en el metro. ¿Quién no ha estirado el cuello para mirar la portada del libro del que está sentado al lado en el metro o la micro? ¿Quién no ha tratado, luego, de adivinar el perfil del pasajero, probablemente haciendo uso de los prejuicios en su máximo potencial?

Los marcadores de libros. Los hacen los niños en los colegios, pueden ser postales de ciudades o incluso objetos para coleccionistas. Pero, sean como sean, a ninguno de estos los volveríamos a ver si no tienen hojas de papel que separar.

Hacer caricaturas animadas en las esquinas de las páginas. Un clásico de la infancia. Había que copiar la secuencia de imágenes con pequeñas variaciones para conseguir el efecto de movimiento y, entonces, se lograba una auténtica animación hecha en casa. Los niños del futuro no tendrían libros para hacer las suyas.

El olor a libro. La antiguedad de un libro no sólo puede medirse por la fecha de impresión: su mejor cédula de identidad es el olor. Los nuevos tienen aroma a papel y pegamento; los viejos, a una mezcla de polvo y ácaros que saca estornudos en los alérgicos. Tan importante es este elemento, que ya se ha inventado el “olor a libro” envasado para e-books . ¿Cambiará también con el paso de los años?

Las notas en los márgenes. Tomar un libro y encontrar anotaciones manuscritas en los bordes de las páginas significa que alguien ya pasó por él, leyó lo mismo que uno y quizá experimentó algo parecido. Si las notas son propias, sirven como testimonio del ‘yo’ de tiempos anteriores.

Juntarse con la excusa de un libro. Prestar un libro y, en los mejores casos, devolverlo, son buenas excusas para verse las caras, tomarse un café y comentar lo leído.

Las firmas de los escritores. En las ferias de libros pueden formarse largas filas de lectores, con ejemplar en mano, que pacientemente esperan una dedicatoria de su autor. Y ese libro firmado luego tiene un valor insustituible. ¿Qué firmarían los autores del futuro?

Para los románticos: secar flores entre sus páginas. Esa flor que un amor adolescente nos regaló a la salida del colegio probablemente terminó entre las páginas de un libro, como un precario método de conservación. El resultado es algo así como unos pétalos verdosos, unas páginas manchadas y un libro arrugado. Ah, y probablemente, el nombre de quien la regaló en el olvido.

Seguir los consejos de los libreros. Preguntarle a un librero qué nos recomienda o qué opina de tal y cual ejemplar es un pequeño placer insustituible vía web. Hay una gran diferencia entre que te aconseje un ser humano a ver publicidad de un libro a través del computador.

Heredar libros de generación en generación. Los ejemplares que llegan a nuestras manos desde los padres o abuelos pueden ser verdaderas joyas. O, al menos, fidedignos testimonios de qué se leía en el pasado. Tanto mejor si están fechados y con el nombre de su dueño. Estas pequeñas bibliotecas familiares podrían mantenerse, pero las nuevas generaciones no tendrían legados que dejar a sus descendientes.

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