martes, 22 de febrero de 2011

"La leyenda de Ai-Apaec", 1er. Relato de la Trilogía sobre la Cultura Moche, de Inkari (Orlando Loayza Villegas), en "Cuentos de aquí, de allá y del más allá", de esta Editorial.

Séquito de la Corte de Cie-Quich


La leyenda de Ai-Apaec




Hace muchos años en la costa norte de Perú, vivió un pueblo que fue conocido como Los Moches , dejó admirables testimonios de su grandeza y poderío, fueron eficientes ingenieros, agricultores, astrónomos, arquitectos, navegantes, ceramistas, orfebres, comerciantes y sanguinarios guerreros. Tuvieron un sistema de escritura que realizaban a través de una simbología de puntos y rayas sobre unos porotos grandes y blancos llamados pallares, eran trasladados dentro de una bolsita de algodón, por mensajeros que corrían grandes distancias durante el día o de noche. Tuvieron muchos dioses a los cuales les rendían homenajes y en ocasiones hacían sacrificios de animales y también humanos sobre gigantescas pirámides truncadas, construidas por el trabajo tributario del pueblo con millones de ladrillos crudos llamados adobes.

En los inicios de esta cultura, hubo un hombre que por sus hazañas guerreras y su capacidad de buen administrador, era temido y respetado, un gran gobernante que entre todos los Cariec fue elegido como el Cie-Quich de los Moches. Con este cargo asumía la responsabilidad de administrar justicia, mejorar la producción agrícola, la distribución de los alimentos y la defensa del territorio.

Un día hubo alarma en el pueblo, los canales que ellos hicieron para llevar agua y regar sus campos de sembradíos se secaron. El Cie-Quich envió guerreros hacia las alturas de la cordillera para investigar que sucedía, si el agua se agotaba podían morir de hambre y de sed, pues vivían en un gran valle pero rodeados de enormes desiertos. La vida de ese pueblo estaba en peligro, pasaron días hasta que llegó un mensajero que traía noticias escritas en los pallares , estos decían que los Wamanchucos , nación enemiga, se estaba organizando para atacar, y habían desviado de su cauce el agua de los canales para iniciar su plan de invasión.

De inmediato el Cie-Quich, puso en pie de guerra a su pueblo, enviaron mensajeros a los valles vecinos para que acudieran hombres listos para defender su territorio. Conforme transcurrían los días, fueron llegando de los pueblos amigos, guerreros con diferentes armas y vestimentas; del valle Virú llegaron armados de boleadoras, estólicas con sus dardos y pieles de zorros cubrían las cabezas de los soldados; del valle Chicama guerreros vestidos con pieles de osos, escudos y chacanas estrelladas de piedra eran las armas de defensa y ataque; del valle de Chao venían con trajes de colores y largas porras de madera que terminaban en filosas puntas de bronce y en sus brazos tenían pequeños escudos; los del valle de Moche vestidos con trajes de pieles de pumas y de otorongos, armados de lanzas, chacanas de bronce, tumis y escudos pintados con figuras míticas, tenían trajes protegidos con fuertes almohadillas de algodón para evitar heridas graves en la lucha cuerpo a cuerpo, protegían la cabeza con cascos de bronce, plata o de oro que terminaban en forma de media luna, cuyo interior también contenía almohadillas de algodón, estos soldados eran los guerreros que combatían en la noche; vinieron los músicos soldados que animarían a los combatientes con tonadas guerreras, emitidas por los pututus, cornetas y tambores, las piernas estaban adornadas con grandes semillas atadas que al caminar y chocar entre ellas sonaban musicalmente dando valor a los guerreros cuando las escuchaban, gorros con pieles de ocelotes cubrían sus cabezas, en sus cinturas llevaban las peligrosas huaracas que con acertada puntería lanzaban piedras capaces de matar a cóndores en vuelo, pumas y a hombres. Todos los guerreros tenían el rostro pintado en color blanco con negro o rojo, dándoles un aspecto de terrible ferocidad.

Después de esos preparativos, hicieron sacrificios en honor a sus dioses y el Cie Quich con un gran ejército fue a dar un ataque sorpresa a sus enemigos. Durante días y noches viajaron caminando entre los bosques, cruzando ríos caudalosos, valles calurosos y cerros altísimos donde con mucho cuidado pasaban por abismos espeluznantes, hasta llegar al territorio de sus enemigos.

La guerra fue larga y duró meses, los soldados que morían eran reemplazados continuamente por otros que iban llegando de los demás pueblos mochicas. Poco a poco los Moches avanzaban hacia la capital de los Wamanchucos, los prisioneros capturados eran torturados y arrojados a los abismos, como sacrificios en homenaje a los dioses, pues el pueblo Moche era muy cruel con sus enemigos.

Finalmente, en una gran batalla donde se definía el triunfo de cualquiera de ellos, se enfrentaron cuerpo a cuerpo el Cie-Quich y el rey enemigo, fue un combate que duró horas, ambos gobernantes eran fuertes y valientes, la muerte de uno de ellos significaría la derrota de su pueblo. De pronto, con un golpe de su chacana , el Cie-Quich hiere venciendo a su adversario que cae derrotado junto con su ejército, al ser capturado lo condenan a la tortura y antes de morir sacrificado maldice al Rey Mochica, diciéndole que los dioses lo castigarían con la muerte lenta y que su pueblo lo aborrecería, el Cie-Quich, se burla de esa maldición y ordena sacrificar a todos los prisioneros.

Cuando regresaban a la costa, en una noche calurosa por uno de los valles serranos cerca a un río, el Cie-Quich es picado en la cara por un insecto portador de una terrible enfermedad. El rey grita de dolor, los curanderos acuden y tratan de ayudarle, pero ninguna pócima lograba aminorar el dolor ni la inflamación, ni siquiera la sagrada hoja de coca lograba calmar el dolor al gran guerrero.

Al llegar a sus tierras, la cara del rey se había desfigurado por la inflamación, poco a poco empezó a caérsele la cara por pedazos comenzando por la boca, avergonzado la cubría con una naringera de oro, porque se le veían los dientes de una manera horripilante, la gente se asustaba y se ocultaba por el miedo de ver una persona tan horrenda. Al sentir que su pueblo lo repudiaba, pierde la razón y huye hacia los bosques de algarrobos, espinos y huarangos , se oculta cerca a las montañas y para alimentarse empieza a cazar venados y otros animales, su locura lo hizo más fuerte tanto que peleaba contra los pumas y osos y los mataba. Los Moches nunca se atrevían ir por esos lugares por temor a ese ser.

Un día, de pronto, sin que nadie se diera cuenta, Los Wamanchucos eligieron otro rey y atacaron de sorpresa al pueblo mochica, muchos días duraron las batallas y cuando los Moches estaban a punto de ser vencidos, aparece la figura del Cie-Quich, quien armado de su chacana y su tumi , y dando fuertes alaridos ataca a los enemigos.

Los Wamanchucos que nunca habían sabido de la existencia de ese ser, pensaron que un dios terrible había aparecido para ayudar a los Moches y dando gritos de terror huyen gritando Ai-Apaec, Ai- Apaec, Ai– Apaec.

Cuando el ejército enemigo de los Moches fue derrotado, sobre una enorme roca asomó la horripilante figura vencedora del Cie-Quich, quien se volvió a ocultar entre los bosques y montañas.

Después de la guerra, se reunieron los Cariec y le pidieron a una joven sacerdotisa, que trate de sanar al Cie-Quich, quien logra hacerlo con sus pócimas. Con el tiempo, a la muerte de este gran rey, su pueblo lo consideró como el dios protector de los Moches, y fue conocido como el dios Ai-Apaec.



















































































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